Es imposible contar la historia de El Salvador sin hablar del café. Este cultivo foráneo que, en su nobleza, trajo al país sus mejores años de abundancia y progreso. Pero ¿Quién tuvo la visión de traer el grano de oro a tierras cuscatlecas? Hay ciertos responsables a quienes agradecer.
El primer registro de cultivo de café en tierras cuscatlecas se fija entre los años 1780 y 1790, cuando se descubren en unas parcelas de lo que ahora se conoce como Ahuachapán, algunos cafetos propiedad de campesinos que habían conseguido las semillas en Jutiapa, Guatemala. Campesinos y autoridades no tardaron mucho en darse cuenta que ese nuevo cultivo tenía futuro, por lo que se comenzó a propagar su siembra en diferentes terrenos de altura del país.
Al rededor de los años 1840, se dieron ciertos incentivos a aquellos productores que tuvieran tierras con vocación a la caficultura, es decir la altura y el clima adecuado para el desarrollo de un cafeto. Los incentivos consistían en la exención del pago del equivalente de los impuestos de aquel entonces. El cultivo del café vio su primer paso de formalización e importancia cuando en 1853 se firmó un tratado comercial con Estados Unidos, uno de los países no productores de café con el mayor consumo e importación de este, característica que se mantiene hasta el día de hoy.
Tal fue la importancia que el cultivo y producción del café tomó durante esos años, que el Capitán General Gerardo Barrios, presidente de El Salvador entre 1859 y 1863, tuvo a bien promulgar distintos decretos presidenciales que incentivaban la industria del café. Uno de los decretos más importantes consistía en la facultad del estado de comprar terrenos ociosos para luego distribuirlos entre productores de café, y así “poner a trabajar” toda la tierra que fuese posible.
Así fue como las decisiones de un visionario presidente incidieron en la propagación del cultivo del café en El Salvador, permitiendo que a partir del año 1860 se propagara por casi todo el territorio nacional que tuviera las condiciones para cultivarse. Comenzando por Ahuachapán, Santa Ana y Sonsonate, pasando por San Vicente, Berlín, Usulután y el Volcán Chaparrastique de San Miguel.
Así pasaron los años y el grano de oro iba forjando la economía y el desarrollo de aquel diminuto pero pujante país en Centro América. Llegó el nuevo siglo, y con él las nuevas tecnologías en cultivos. En las décadas de los años 1930 y 1940 comenzó una evolución en la caficultura. Mientras se exploraban nuevas regiones para cultivar café, las autoridades y la banca facilitaba nuevas políticas crediticias a inversionistas que decidieran dedicarse al rubro. A su vez, se exploraban nuevas variedades de cafés que permitirían tener mayor producción por manzana y mejores tazas, resultando en un mejor precio de venta.
En la década de los 50 se aprovecha la bonanza provocada por los altos precios del café en el mercado internacional, y se invierte en modernizar las prácticas agrícolas en torno al cultivo, introduciendo variedades insignias como el Borbón, que pasaría a ser la variedad de mayor cultivo en tierras salvadoreñas, así como el mayor y mejor uso de fertilizantes y plaguicidas. Se adopta además el rediseño de los cafetales, utilizando vegetación nativa de las montañas salvadoreñas para la protección de los arbustos de café.
Una de las técnicas más conocidas es la construcción de cortinas vivas, es decir barreras de árboles de mayor altura que los cafetos que los protegen de los fuertes vientos y tormentas además que les dan sombra para mejorar su desarrollo y les dan sombra para mejorar su desarrollo.
Todas estas mejoras en los cultivos dieron sus frutos, pues en la década de los 70, el país logró llegar a su producción récord de café en su historia, siendo el quinto mayor productor y cuarto mayor exportador. Y esto es un récord de admirar, pues se competía contra países con muchísima más extensión territorial que los 21,000 kilómetros cuadrados salvadoreños.
Lastimosamente, las bonanzas no son eternas. En el presente, la producción del café se ha visto mermada por diversos factores, entre los que se pueden incluir el cambio climático, los bajos precios internacionales del café, el fortalecimiento de otros países productores que antes no figuraban y los altos costos de producción. Sin embargo, la resiliencia y entereza de aquellos que dan su mejor esfuerzo para que El Salvador y el mundo entero siga disfrutando de los granos de café salvadoreños, merecen toda nuestra admiración, respeto y apoyo. Tal vez ya no seamos de los mayores productores de café en cantidad, pero sí que somos de los más importantes productores de cafés excepcionales y únicos. Toda una historia de más de siglo y medio nos respalda.
Por Victor Flores, Campeón mundial en barismo y bicampeón nacional.